COM UN SOMNI...

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domingo, 31 de enero de 2010

XENOFILIA. José Antonio Hernández Guerrero


Si la “xenofobia” es el odio o la hostilidad hacia los extranjeros y, más exactamente, el miedo al extraño o el temor al
diferente, la “xenofilia” es el respeto a los distintos, el aprecio a los diferentes y la valoración positiva de los otros.
Ordinariamente se la suele valorar desde una perspectiva social, pero, en nuestra opinión, también deberíamos
analizarla desde una óptica personal. Estamos convencidos de que esta virtud humana es la vía más directa y la senda
inevitable para adentrarnos en nosotros mismos y para, allí, en ese espejo secreto, descubrir las vetas más ricas de nuestra
personalidad y las fuentes más fecundas de nuestro bienestar personal. Y es que partimos del supuesto de que las
relaciones con los demás constituyen el foco central de una vida verdaderamente humana.
Hemos de tener claro, sin embargo, que para lograr esta relación positiva debemos cultivar, en primer lugar, una
sensibilidad especial que nos descubra los valores que atesoran las personas que nos rodean, y, a tal fin, es necesario que
realicemos una tarea de aproximación física y de sintonía afectiva: no es posible conocer verdaderamente a los otros sin
acercarnos a ellos. Aunque parezca contradictorio, vivimos en el mundo de las comunicaciones y, al mismo tiempo,
echamos cada vez más en falta una auténtica comunicación entre las personas. Vamos hacia un mundo de la comunicación
total mientras que crece la incomunicación o aquélla se reduce a contactos superficiales.
La recepción cordial al extranjero, la atención al desconocido, la acogida al marginado y a todos los que han sido
golpeados por la desgracia sólo son posibles si los incluimos en los territorios de nuestros cotidianos afanes. La acogida de
los otros, los que son distintos, no sólo pone en juego la jerarquía de nuestros valores éticos y sociales, sino que, además,
mide nuestra capacidad de cordialidad y de solidaridad.
En mi opinión, estos lazos interpersonales nos sirven, sobre todo, para establecer unas relaciones más auténticas y
más gratas con nosotros mismos. La Psicología actual nos aporta muchas e interesantes reflexiones sobre esta aparente
paradoja: para acercarnos a nosotros mismos y para descubrir el fondo de nuestras entrañas, el único camino es
relacionarnos con los demás; siendo sensibles a los otros logramos conocernos y desarrollar nuestros valores más
personales. Para bucear en las aguas de nuestro propio torrente y llegar al interior más profundo de nuestro espíritu, es
necesario el diálogo y no la enfermiza confrontación o el rechazo sistemático. No podemos vivir sin absorber las
bocanadas de aire limpio que nos llegan cuando descubrimos lo bueno y lo malo de los otros, esa conjunción de
desventura y de belleza, de fango y de sol interior que hay en otras vidas: las pequeñas luces que hacen guiños en la noche
y los pedazos de cielo que se divisan en las miserias, las flores que, inesperadamente, crecen en los ambientes grises y en
los recintos cerrados. Por muy convencidos que estemos de lo contrario, la experiencia cotidiana nos demuestra que el
bienestar no lo logramos si ignoramos u ocultamos las desgracias ajenas.


(Diario de Cádiz, 12 de marzo de 2006)

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